Pasa una vaharada de coches hacia el este
y luego la Agustín Garzón vuelve a callar.
Es de noche y los libros, ajenos a la Peste
(que todavía ronda), murmuran como el mar
que está quieto en los quietos estantes que se funden
como una piel a las paredes de esta pieza
y que se mueve sólo cuando en mis ojos cunden
versos mientras el limpio silencio en el que reza
una vela, inconsútil como la gris cortina
que me separa de la calle con su ruido
y su furia, me indica que la noche, azulina,
es una sola barca y es un solo camino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario