Me acuerdo cuando estuve dos días demorado
en el Cabildo, allá por los noventa.
Era mayo. En la plaza, con un tetra morado,
mi corazón estaba en compraventa.
Ella no regateaba pero yo, sensiblero
y a la vez duro (idiota, ya lo ven),
no quería entregárselo sin más ni más y el pero
que era yo se perdía en su vaivén.
Llegó la cana. Yo no tenía el dichoso
DNI que nos salva malamente
en la Ciudad si sos blanquito. ¡Al calabozo
por sacado! (La cana está demente
pero yo más.) ¿Alcoholes?
¡Guarda los tole-toles!
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